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Entre Seychelles y Tanzania, pasamos 22 días en el Océano- Nos fuimos deteniendo en las islas lejanas de las Seychelles, hasta 200 millas al sur de la Isla Victoria- Y luego ya fueron 800 millas de pura agua- Durante esas tres semanas me sentí fuera del mundo, y tengo que admitir que me gusta- Fuera del mundo hecho por los humanos, sociedades absurdas que crean sus propias carencias y la de otras, tanto ruido vano y necesidades ilusorias- Y muy dentro de un mundo hecho de aguas y vientos, con sus leyes imparciales que traen el equilibrio a la tanta vida que surge de él- Bien- Sí, estaba bien en ese mundo que no es un mundo hecho para nosotros- Era muy sabroso disponer de todo el tiempo del mundo, de elegir detenernos en las islas que surgían como un espejismo, descubrirlas, sin apuro, sin tiempo, tierras donde no había humanos ni visas que tramitar- Es eso lo que nos da el viaje también, esa libertad, porque hace mucho que sabemos que no es el destino que importa, sino el trayecto-

Al salir de Mahe estaba claro que navegaríamos en un cielo sembrado de chubascos- Y también sabíamos que salíamos en la época en que el Sur empezaba a instalarse, sin estar establecido aún- No tenemos internet a bordo, dejar el puerto era dejar toda comunicación y por ende los partes meteorológicos- Pero esa aleatoriedad es parte de la atracción que ejerce el mar sobre nosotros- Y la aleatoriedad de la vida es, de manera general, uno de sus más grandes encantos-

Así que después de unas semanas navegando entre islas inhabitadas, nos entregamos del todo al mar, maestuoso, nuevo para mi, como cada vez, con sus chubascos y vientos imprevisibles, sus corrientes, sus tormentas y sus vientos portantes tan llenos de alegría- Nunca tuve tan pocas ganas de llegar a tierra habitada-

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La naturaleza presenta una verdad, una entereza, una harmonía, que son en sí sublimes, que se pueden admirar y respetar profundamente porque no hay en ella espacio de corrupción- EN ella, dependiendo de ella, humildes antes ella, recuperamos nuestra dimensión de elemento vivo entre los elementos, y solo podemos agradecer estar en ese espacio para poder contemplarla, sin intervenirla, porque ella no necesita nada de nosotros, solo respeto-

Paramos en varias islas, todas vírgenes, sin humanos ni infraestructuras- No teníamos el dingui inflado, habíamos decidido tirar el ancla fuera de la zona de corales y nadando alcanzábamos la barrera, para luego seguir caminando, en las aguas bajas, hasta llegar a tierra firme- Cada isla en la que nos detuvimos era un mundo en sí- Un mundo, asilado y único , rodeado de Oceano- Un mundo salvaje dentro de otro mundo salvaje- El mundo debajo del agua, con sus estrellas de mar, sus peces y tiburones, mantas gigantes o pequeñas, y el mundo fuera, con sus aves, sus rocas, sus insectos y sus árboles

 

                                                                                            St Joseph

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St Joseph, rodeada de aguas bajas, en las que parecen flotar los árboles- Nadamos hasta la rompiente, son 10 minutos, sobrevolando corales, peces, tiburones y tortugas- Es en sí una aventura, claro, porque siempre sorprende cruzarse con un gran tiburón de punta negra, ver las aguas enturbiarse o sentir una corriente naciente- El primer día, al dirigirme hacia la rompiente,  una gran manta violeta con varios dardos en la cola pasa a unos metros debajo mío- Parece volar, lenta y majestuosa, y es tanto más grande que yo, el mar es suyo, ella solo tolera mi presencia- La quiero seguir, pero no me deja- Al acercarse a la rompiente hay que lograr “aterrizar”, poner los pies a tierra sin demasiada brusquedad-

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Y luego se deja el mundo de las rocas para el de arena, y son 20 minutos de caminata con el agua por los tobillos, observando las pequeñas mantas huir a nuestro paso, las aves pescar, las estrellas de mar arrastrarse sobre las arenas-

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Y ahí, con los pies en el agua, el mundo es un degradé de azules y verdes, un espejismo en el que flotan árboles y si miro hacia la Tortuga parece estar apoyada sobre las rocas de la rompiente-

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En tierra, Mae se ocupa primero de cortar muchos cocos, para que tomemos un poco antes de ir a caminar, y al regreso- Trepándose a las palmeras más altas, llena nuestro rincón de sombra de decenas de cocos pesados – Trabaja con entusiasmo, mientras Oiuna se dedica a enseñarles el español o el francés a los ermitaños que caen en sus manos-

Luego caminamos en ese espacio que parece sagrado, lo pisamos con cautela para no arruinarlo, observando las aves y las tortugas y los peces en esos suelos de agua-

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De regreso al barco, tomamos los pinceles, y cada uno pinta lo que vió, mantas y tortugas, peces y corales, con acuarelas, y el agua se mezcla sobre el color sobre nuestros papeles- “Así n era mamá”, dice Mae inclinándose sobre mi manta gigante- “Claro que sí!” “no, era redonda, y tenía dos dardos, no uno”, “ yo la ví así”--- y ahí, con las pinturas aun húmedas, sacamos libros y enciclopedias, a ver si nos ponemos de acuerdo sobre una manta-

Cada excursión que hacemos a esta isla renueva mi fascinación- No puedo dejar de maravillarme frente a ese mundo de agua y quietud que empieza en la frontera tan visible de rocas- De un lado el Océano, con sus profundidades turquesas o turbias, mundo de cambios y movimientos- Y del otro el atol con su ritmo propio, sus leyes, su tiempo- La sensación que me da St Joseph es de inmensidad, a pesar de ser un minúsculo punto en el mapa- Sí, esa tierra de aguas bajas y trasparentes, de islotes surgiendo de esas piletas, esa tierra es inmensa, y alcanzó desde siempre la eternidad- Parece absolutamente imperturbable, y el Océano tan cerca solo era un rumor lejano-

SANDY BAY
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Oiuna soñaba con una isla de esas que se ven en los dibujos animados, minúsculas, de arena, para bajar al gato y poder dejarlo libre sin perderlo de vista- Decidimos detenernos entonces en una isla que desaparecía con la marea alta, y solo era un punto de arena cuando la marea bajaba- Ahí, el gato bajó sobre un salvavidas porque seguíamos sin inflar el dingui-

Si el gato fue feliz? No creo- Creo que presintió que esa tierra no era una tierra de verdad, que no había amparo y que las aguas se la podían tragar- Maullaba hacia la Tortuga, cosa que no hace en tierra normalmente, y varias veces se adelantó en el mar, tirándose luego para atrás- No lo dejamos mucho tiempo- Unos chubascos nos fueron rodeando, esa tierra era demasiado frágil y todos concordamos que, si alguna vez habíamos de naufragar, nos gustaría que fuera en S Joseph y no en Sandy bay- Pero jugar alrededor de la minúscula isla fue divertido, y si en este mundo donde no hay relojes uno no puede detenerse a jugar, entonces para qué estar allí?  Jugar es algo muy importante, y es bueno hacerlo a diario, alegra la vida-

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                Isla Desroches

Antes mismo de vislumbrar la isla, nos rodean las aves y se escucha el ruido sordo que solo pueden provocar cienes de aves juntas- Atardece cuando podemos vislumbrar la tierra: arriba de la isla una oscura nube en movimiento permanente- Son las aves- Nos cuesta ya ver los fondos para asegurarnos que fondeamos en arena- Y cae la noche y con ella el silencio-

Por la mañana, Oiuna y yo nos vamos a dar la vuelta a la isla- Casi no desayunamos, ansiosas de ir a recorrer, ponemos algunos objetos en nuestros bolsos estancos y nos tiramos al agua- Alcanzamos la isla nadando, ya que contrariamente a St Joseph las aguas tiene unos metros de profundidad hasta muy cerca de la costa-

Llegamos a una playita repleta de aves que nos observan sin decidirse a levantar el vuelo- La isla es verde,  encontramos huevos, aves y pichones, todos en el suelo,  bernard l ermite y cangrejos, pilotos de agua saladas- Caminamos observando esa fauna ruidosa, esa sociedad de aves, la isla les pertenece-

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Aquí sí sentimos que la tierra está a la merced de los vientos y chubascos, a pesar de la rompiente que algo debe protegerla del Océano- Los pocos árboles que hay están inclinados, y una construcción abandonada, que probablemente le sirvió de refugio a unos científicos, se quedó sin las chapas del techo arrancadas por algún viento- Varias veces durante nuestra caminata nos cae un chaparrón encima, llueve con intensidad unos pocos minutos y luego sale un sol más ardiente aún y nos seca en segundos-

De nuevo, caminamos con una sensación de pisar un lugar sagrado, salvaje, que solo se pertenece a sí mismo y sus habitantes, un mundo en sí dónde el tiempo y todo otro espacio es disuelto y anulado- Oiuna está decidida en encontrar huevos y pichones, y observa con mucha concentración a ese mundo de aves, pisando con cautela- Finalmente los encuentra, los huevos, los pichones también, nos quedamos observando como un ave alimenta a su pequeño, como otra defiende a su huevo de nuestra presencia, y otra, que aterriza con ramitas en la boca, para construir su nido en el piso- Damos toda la vuelta, de a poco, bañándonos en piletas naturales que hacen las rocas y el mar-  Las horas pasan-

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Al volver, nadando, Diego se tira al agua y nos alcanza- Nos dice que con Mae pescaron un pez de diez kilos, que la bañera está hecha un desastre y que será mejor que demos una vuelta-

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Hacemos snorkling una hora, siguiendo tortugas y peces multicolores- Nadar en esos fondos es mágico, es como una meditación- Los sonidos de los animales bao el agua, la liviandad del agua, uno se olvida de  uno mismo, solo es contemplador, observador, y de repente hace un rato largo ya que, sin darse cuenta, uno sigue a un banco de peces multicolores o a una tortuga- ​

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Pero igual el cuerpo termina por marcar la necesidad de descanso y comida, y nadamos hacia el barco, cansadas y hambrientas- Desde la bañera Diego me dice que necesitan más tiempo- Le doy la opción a Oiuna de ir al barco igual, pero ella está sin ganas de ser testigo del espectáculo ya bien conocido de los dos marineros de la casa cortando y vaciando un pez, con la sangre y la escamas por el piso-  Regresamos a la playa, a la sombra de una palmera- Oiuna protesta contra los pescadores, pero luego se olvida, y construye un parque de atracción para los cangrejos ermitaños, que no tienen otra que participar-

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Dejamos pasar un tiempo largo y derretido por el calor, y luego nos metemos al agua de nuevo, decididas en regresar a casa- Sin embargo, a a medio camino entre la orilla y el barco, no logramos avanzar- Tardo en darme cuenta que es la corriente, pienso primero que es el cansancio- Pero a pesar del esfuerzo, avanzamos poco y nada- Oiuna se agarra a mi, me dice que está cansada, intento llevarla, pero con los dos bolsos atados a mi espalda, me agoto- Lo llamo a Diego, que viene y se la lleva a ella- Los veo alejarse a duras penas, intento seguirlos, pero estoy sin fuerzas y los bolsos me tiran para atrás- Me concentro para avanzar uno pocos metros, y ni bien me detengo, me lleva el mar- El agua es turbia, y de repente aparece una gran boca frente a mí- El animal me encara- Por la falta de nitidez, no logro identificar inmediatamente de que se trata- Me lastimé en la caminata y tengo una pierna que sangra – Con algo de espanto pienso en un tiburón- Logro por fin identificar que es una enorme raya- Bastante más  larga y ancha que yo-

La deJo pasar, desaparece tras mio, me doy cuenta que durante ese corto instante me aleje aún más del barco- Intento retomar mi lucha, y ahí siento algo en mis piernas- La manda pasa por debajo mio, muy cerca- Estoy asustada, intento razonar, pienso que son inofensivas- Sin embargo, tengo miedo de hacer un gesto que el animal malinterprete, y las aguas son turbulentas y turbias- De nuevo desaparece- Intento guardar sangre fría, decido que no me da la fuerza para ir al velero, y que regresaré a la playa hasta que pase la corriente- Pero ahí me doy cuenta con terror que no puedo ir hacia tierra tampoco- La corriente me lleva mar adentro- La raya aparece de frente nuevamente y sume más miedo a mi estado- Correrme y dejarla pasar es perder los pocos metros que logré ganar – De nuevo me corro y de nuevo desaparece para reaparecer nadando de costado esta vez, al lado mío- Llamo, pido ayuda, a lo lejos veo a la tripulación en el velero, no logro distinguir lo que hacen- Pero nadie me responde, y no parece que Diego venga a mí- Lucho con el mar, a pesar de la sensación de estar en fuerzas que me superan, y con ese animal que desconozco y que gira alrededor mío, y quizás malinterprete un gesto mío- Pero ya no me da ocuparme de la manta- Focalizo en la Tortuga, nado con todas las fuerzas que me quedan- La Tortuga parece acercarse, en mí hay casi pánico, la Tortuga se acerca más y entiendo por fin que levantaron el ancla- Se acerca un poco más y Diego me tira un salvavidas- Sentada en la bañera me quedo un rato aún empapada de miedo- Obviamente los hago reir a los niños cuando les confieso que estaba asustada con la presencia de la manta- Ellos también la veían  y están seguros que la manta quería ayudarme-

Isla St François

Nos acercamos a ese conjunto de tres atoles después de una navegación tranquila, con un buen viento que nos llevaba hacia el sur sin problema- en esas 50 millas que separaban Desnoeufs de Alphonse, BiJoutier y S Francois,  Era impresionante observar las corrientes que removían la supericie del mar y que le daba un aspecto entre risueño y caótico- Iban indudablemente hacia el Oeste y casi tuvimos la pretención de pensar que cuando pondríamos rumbo hacia Tanzania nos llevarían, nos portarían como portan las corrientes cuando las tenemos a favor- Evitamos a la primera isla, que de leos se veía con aeropuerto, construcciones, y hasta alambrado- Y fuimos directamente hacia Bioutier, que tenia gran parte de la isla bao el agua, y una parte fuera, con vegetación y sombra- Tiramos el ancla, y nos quedamos observando-

No estabamos al reparo de las olas, y las corrientes eran muy fuertes como para alcanzar la rompiente a nado, de forma tranquila o segura- Un pesada nube avanzaba hacia nosotros, y sentimos que no era un buen lugar- Seguimos, rumbo a la última isla, S Francois- Ahí encontramos un buen lugar para anclar, un ancho lugar de arena, en el que decenas de mantas rayas descansaban-

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 Intentamos alcanzar la rompiente con los niños, pero la mar era muy movida, las corrientes intensas, y al cercarme a la rompiente me doy cuenta que la tierra queda muy leos- Temo que regresemos muy cansados y que de nuevo tengamos dificultades para alcanzar el barco- Diego, que nos observa desde el barco, nos grita que regresemos, que él infla el dingui- Y en dingui que abordamos esta última tierra- Encontramos el paso entre las rompientes, y en agua muy pocas profundas fuimos remando o caminando y tirando del dingui- Decenas de tortugas sacaban la cabeza a nuestro paso, pequeños tiburones nadaban tras bancos de peces, morenas lentas cruzaban nuestro paso- Y las aves se tiraban de cabeza para salir segundos después con una presa en el pico- Esas agua con una profundidad de máximo un metro bullían de vida- Parecía no haber espacio sin ser vivo- La marea seguía bajando, y llegamos a tierra alzando al dingui que ya no se podía tirar-

St Francois no era como parecía de lejos- Nos fuimos adentrando en su mundo de marea baja, descubriendo espacios que eran ocupados por el mar, vacíos y húmedos, inmensos, grandes bandadas de aves, bosques densos- La marea era tan baja que nos parecía, de un lado de la isla , vislumbrar tierra a perdida de vista, y un resto de naufragio volvía al paisaje aun mas irreal-

Caminamos a un lugar de la isla que solo se podía alcanzar en ese momento de la marea, y que tenía muchos árboles de cocos, los chicos tenían sed- Mientras bebíamos el agua fresca y perfumada de los cocos,  vimos pasar sobre nuestro velerito varios chubascos- También se acercó uno del sur hacia nosotros, y nos cubrió totalmente durante varios minutos- EL paisaje era otro, con  la arena levantada por el viento, los arboles inclinados, la lluvia espesa que refrescaba de repente todo el paisaje y lo ensombrecía también- Nos dimos cuenta que subía la marea y nos apuramos en cruzar, sintiendo la fuerza de la marea entrante- Una vez que alcanzamos el barco, volví a observar esa isla- Lo que veía de ella era ahora tan distinto, y sabía que en cada excursión que hagamos hacia ella algo nuevo descubriría-

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La travesía-

Finalmente nos decidimos en dejar la última isla, y hacer el cruce a Tanzania- Qué nos decidió? Los chubascos cada vez más seguidos tal vez, el viento que se instalaba cada vez más fuerte, el mar, que se formaba- La comida que iba disminuyendo, aun si había de sobra, empezaba a ser un poco repetitiva- Haber estado esos días anclando en medio del Oceano, tomándonos todo el tiempo deseado, tenía algo muy excitante, y había obviamente un saborcito a riesgo- Esa tarde, mirando el cielo que una vez más se oscurecía sobre S Francois, pensamos que ya era tiempo de poner el rumbo al Oeste-

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Pájaros grandotes buscaban el barco para descansar- Lo bueno de que sean grandes es que el gato no los podía comer, lo malo es que nos rompieron la veleta y ensuciaron los paneles solares...

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cuando el viento y el mar se calmaban, los niños iban a jugar al jardin--- con toda la adrenalina de estar en medio del Oceano con miles de metros  bajo suyo

Fue una travesía entre chubascos, en la que de repente no entendíamos al viento- cambiaba de dirección sin perder su violencia, desaparecía sin haber menguado y volvía sin haber avisado- Las olas como láminas caían sobre el barco o tan cerca que en la noche negra me estremecía y cerraba los ojos- El barco se escoraba y el agua invadía la banda estribor mientras yo gritaba “no quiero eso” al viento sin orejas- Los rayos caían a veces con los truenos y dejaban entrever al mar, inmenso, sublime, tan majestuosamente indiferente- Las noches eran largas, mojadas, frías, calientes, amenazaban con no terminar y se extendían sobre la mañana que no quería arrancar- Si, es cierto- También es cierto que intentábamos no irnos más al norte en ese baile de brujas, perdón, quise decir de nubes, y las corrientes crujían en el Océano- ¿Conocen al murmullo de las aguas correntosas? Y esas corrientes empujaban al barco a pesar de su proa irrisoria que no perdía el rumbo sobre nuestro compas- Después de días de lluvia o de noches interminables, de repente salía el sol, el viento regular nos llevaba, y todo era sencillo de nuevo- 

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Ganamos suficiente sur como para pasar por el sur de la isla de Pemba. Pensábamos pasar entre Pemba y Zanzibar, y alcanzar Tanga, un pueblo sobre la costa de Tanzania, donde habíamos visto que había un club, probablemente con marineros, un lugar donde aprender y descansar- Cuando nos acercamos al sur de Pemba, el viento soplaba de través casi portante- El mar está agitado y hay neblina -a cuatro millas de tierra nada se vislumbra, solo la espuma blanca sobre las aguas grises- conocen a la música de la ola cuando muere sobre el casco? Y sin embargo ya ha amanecido- A pesar de ese estado del mar, pensamos que lo hemos logrado y que pasaremos por el sur de la isla- Pero entonces, de repente, el viento es otro- Ni siquiera puedo decir que cambió- Porque cambiar es un proceso, verdad? Hay un momento de metamorfosis, de dudas, de evoluciones y regresiones- Pero aquella madrugada no- El viento que era sur este fue Oeste, sin lugar a dudas- Y una corriente Sur de 4 empuja al mundo- Las olas se unen al baile y la bruma calla junto a la lluvia , instaladas en su eternidad- Fue imposible- Y eso, es extraordinario- Fue imposible pasar- Todo intentamos, con velas, sin mayor, con trinqueta, a palo seco y con motor, más motor, mucho motor , todo el motor, y el barco sigue regresando, aleándose, a pesar de la ilusoria proa, Tortuga sigue con su nariz rumbo Oeste pero su andar es otro – Tardamos un rato en entender que no pasaremos- 15, 20 minutos tal vez, quizás una hora, o dos, quién sabe, no llega el ritmo de los relojes en aquellos espacios donde manda lo eterno- Y entonces entendemos, pasmados admirados, encantados, agotados, entendemos que no queda otra que entregarse al mar- y cambiar de rumbo-

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 Decidimos pasar al norte de Pemba, enfin, decir que lo decidimos es una exageración-  Lo decidió el mar- Y ahí, después de ese estado de lucha, la maravilla de la entrega,  la corriente portante, la ola también, solo con trinqueta Tortuga va a diez nudos, llueve , locamente, y detrás de la popa vemos los cuatro metros de ola levantarse y hundirse- Cómo explicarles la felicidad de ese cambio de rumbo, sentir al océano tan fuerte y evidente, ir con él porque hemos perdido en esa lucha absurda, depender de algo tan absolutamente verdadero como lo es el mar- Y la sensual sensación del barco portado por el mar, llevado como las aguas que sobrevuelan al mar-

Por la bruma, el primer contacto con esa tierra africana fue el olor- Un aroma a leña, a fogata, a calor y amparo.

Pasó algo especial en esa travesía--- Llevábamos veinte días en el Océano, pero en ese instante no deseaba llegar a tierra- Más bien hubiera seguido subiendo y bajando con las olas, sentía unas ganas inmensas de seguir navegando, volando sobre las corrientes- Y también sentía una fiaca no menos intensa de tirar el ancla- La tierra, los humanos, los relojes y calendarios, los tramites, el ruido innecesario, tanta vanidad, todo lo que aleja de lo esencial- Deseaba seguir bailando y que no pare la música- Y siento algo nuevo hacia mi barco también- Cada día existe más, vibre más, la quiero más, a esa nuestra Tortuga - Al llegar a tierra paso horas en el barco, arreglándola, pintándola y reparando, preparándola para poder seguir navegando y descubriendo el mar- Sí, quiero volver allá, a ese espacio donde bailan los elementos, libres y salvajes-

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